Guadalupe Páramo

EFEMERIDES FAMILIARES

El 24 de junio, el mero día de san Juan

Páramo Hernández.

Sacramento, CA.

23 de junio de 2020.


El día 20 del mes de junio de 1943, los del ejército rojo ocuparon Viborg en Finlandia, y los japoneses se vieron forzados a abandonar Birmania el día 23.  Los norteamericanos liberaron la ciudad de Cherburg, e hicieron prisioneros a los alemanes que habían ocupado la ciudad.

Gobernaba el estado de Guanajuato don Ernesto Hidalgo, oriundo de San José Iturbide; y presidía el hache ayuntamiento de Valle de Santiago, don José Díaz Cervantes. El campesino y agrarista J. Guadalupe Páramo Salgado, fue requerido a desplazarse desde el ejido La Coalanda hasta la zona militar de Irapuato, a donde acudieron miles de jóvenes de todos los estratos socio económicos, atendiendo al decreto emitido por el presidente de México, General Manuel Ávila Camacho.

Mientras los gabachos mitigaban su preocupación por la guerra viendo a Ingrid Bergman y a Humphrey Bogart en las salas de sus cines, y los mexicanos urbanos admiraban la belleza de Dolores del Río, en la película Flor Silvestre junto a Pedro Armendáriz el grande; los conscriptos se jugaban el futuro en la tómbola de la suerte.

Jóvenes militares.

A mi padre, J. Guadalupe Páramo Salgado le tocó la fortuna de que los militares de rango sacaran la “bola blanca” al pronunciar su nombre.  Ahí se convirtió en soldado del glorioso ejército mexicano de 1943.  

Los soviéticos —al no tener alternativa aparte de morir o liberarse —, en enero empujaron a los alemanes hasta la frontera con Polonia y recuperaron a sangre y fuego la ciudad de Novgorod, en las riberas del lago Ilmen; y los aliados atacaron Italia por las playas de Anzio cerca de las cavernas de Nerón.

En febrero del ’44 los Yankis bombardearon Montecassino, y los noruegos, que solo defendían su soberanía, lograron hundir un buque alemán cuya misión era surtir de agua a la fábrica de Norsk Hydro.  En marzo, aviones norteamericanos y británicos bombardearon Berlín y Hannover.  Ya estábamos dentro del terreno del enemigo.

El Cabo de Mosquete, J. Guadalupe Páramo Salgado, que junto a sus tres soldados de infantería se encontraban preparados para cualquier eventualidad —al igual que todo el mundo libre —, recibían instrucción militar de un Sargento 2º, cuyo pelotón constaba de doce elementos, de los cuales ninguno procedía de su lugar de origen.  Mi padre, el Cabo del glorioso ejército nacional, echaba de menos a sus hermanos, a sus amigos, a sus compañeros de desmadre y a los viejos de la aldea.  Los echaba mucho de menos, y a él lo extrañaban sus abuelas y sus abuelos.  Una tarde, uno de ellos no se aguantó la ausencia de su nieto mayor, y amarró unas tortillas en un trapo, llenó su guaje de agua de la noria, y montó en su burro y erró rumbo al norte. A vuelo de pájaro, puede que la distancia desde el ejido La Coalanda hasta el Cuartel Militar de Irapuato, no pase de los 35 kilómetros, aunque las lejanías setenta y cinco años atrás dolían más en las canillas.

En abril del ’44, mientras el ejército rojo tomaba Yalta en la Crimea y los norteamericanos ponían novecientos aviones cargados de bombas que dejaban caer sobre el cielo de Berlin, le avisaron a mi padre que un anciano lo buscaba en la entrada del cuartel.  Se cuadró con su Sargento, le dieron el permiso que solicitó, y a la orilla del camino prendieron una lumbrada y compartieron un almuerzo campesino.  Deben haber moqueado un poco, y no porque fueran lagrima-fácil, sino porque estaban preocupados por el mundo. De eso estoy seguro, pues el abuelo de mi padre había sido peón de hacienda, y mi padre barbechaba con las riendas amarradas en el pescuezo, una mano en el arado y la otra tirando semilla en el surco —aquí puede que exagere, su servidor —.  Bueno, el asunto es que tipos así no lloran muy fácil.

El abuelo de mi padre regresó al ejido La Coalanda montado en su burro, a continuar con sus labores de campesino, a seguir echando de menos al mayor de sus nietos.  La tristeza la amenguaba la idea de que estábamos listos para enfrentar a los germanos en caso de que lograran escapar del cerco que los aliados les habían tendido.  Nos debían una los alemanes: nos hundieron dos años atrás el tanque petrolero Potrero del Llano.  A ese barco le teníamos un aprecio especial: se los habíamos quitado a huevo a los gabachos.  Y luego vienen los alemanes y como quien dice, por la espalda, nos lo hunden.  Usaron un submarino.  Si hubieran llegado de frente, otro gallo hubiese cantado.    

Ese 25 de abril, las tropas norteamericanas y las soviéticas se encontraron por primera vez en la ciudad alemana de Torgau, y los ingleses ocuparon Bremen. En Berlín se intercambian moquetes casa por casa, y los aliados hacen prisionero al mariscal Petain.  El día 28 unos italianos partisanos liquidan al Duce Benito Mussolini y a su muñeca Claretta, y el 29  los norteamericanos liberan el campo de concentración y exterminio de Dachau.

El 2 de mayo los soviéticos le aceptan la bandera blanca a los de Berlín. El seis de agosto el Enola Gay dejó caer la bomba Little Boy sobre la ciudad japonesa de Hiroshima, y tres días después el Box Car descargó la segunda bomba sobre Nagasaki, misma que habían nombrado Fat Man.

El día 15 del mismo, el emperador Hiro Hito anunció la rendición de su país, y firmó los documentos el 2 de septiembre.

J. Guadalupe Páramo Salgado

En el cuartel militar de Irapuato, el Cabo J. Guadalupe Páramo Salgado, junto con sus colegas celebraron el fin de la guerra. Lo mismo hicieron millones de personas del mundo libre.

Mi padre había nacido el 24 de junio de 1925.  El mero día de San Juan.

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