Foto: Paramo Hernandez.

A la memoria

Esa mujer necesitó mucha fortaleza porque le correspondió la tarea de abrirnos brecha al ser la primera en muchas cosas. 
Oí de segundas o terceras que la mandaron a la escuela de un caserío vecino porque en el nuestro no había maestra cuando le llegó su tiempo de aprender el alfabeto. No debió ser fácil para una niña de seis años sentarse en un mesabanco en medio de compañeritas con un profundo sentido de propiedad, aunque algunas fueran sus primas.
 
Nunca platiqué de esto con ella.
 
Vine por aquí, a este mundo cuando ella estaba viviendo su año noveno y el primer recuerdo que me viene es en la ciudad, seis años después, lejos del rancho donde nacimos los dos, en un tiempo en que las distancias se median en horas y se necesitaban dos para cubrir veinte kilómetros. Poco antes de cumplir sus quince años se vio precisada a ser la mayor de tres hermanas que me tenían que cuidar. Había también una abuela en el cuarto que rentaban nuestros padres, pero supongo que debió sufrir alguna presión con mi presencia, encima de las exigencias de sus estudios secundarios.
 
Nunca platiqué de esto con ella.
 
Después de un semestre en la capital del estado regresó al pueblo. En la búsqueda de un modo menos difícil para sobrevivir, el núcleo familiar se mudó de un rancho a la ciudad y después de la ciudad a otro rancho y por último a la ciudad otra vez. Por ahí aprendió a tomar dictados con rayitas y puntos para después transcribirlos en el ABC a teclazos. Consiguió un trabajo en la oficina local de una dependencia estatal y ahí pasó algunos años, mitigando con su salario, la desesperación familiar de la supervivencia. 
Durante ésta etapa de su vida debió echar mano de toda su fuerza emocional, para conservar intacto su espíritu, su vida social no era compatible con la ortodoxia familiar y ocurrieron conflictos desafortunados. 
 
Pero tampoco estoy seguro, porque nunca conversamos ella y yo sobre el tema. No hubo necesidad.
 
Se convirtió en maestra de escuela, encontró a su pareja perfecta, formaron una familia y no se despegó del resto. Siempre orgullosa de su hija y de su hijo -como debe ser-. Creo que encontró mucha satisfacción en las dos o tres carreras que desempeño a lo largo se su vida. Sus críticas y sus quejas durante nuestras conversaciones siempre fueron sobre la sociedad en general; nunca sobre su situación particular. La familia y el trabajo, tiene que haberle traído mucha felicidad. Sin angustias ni ansiedades.
 
Pero no puedo asegurarlo porque ella y yo nunca platicamos de ese tema.
 
Se jubiló hace algunos años, y no tuvo mucho tiempo para disfrutar de su descanso a plenitud. Una serie de dolencias se le vino encima, y no le dieron tregua hasta el último día. A pesar de su salud precaria, y en medio del mal que afecta a todo mundo por estos días, tuvimos varios encuentros durante los últimos meses. La última, el 21 de marzo que pasé al pueblo para votar por la permanencia del compañero presidente. Consiguió un raite a mi domicilio en la víspera de mi salida. Platicamos de su salud, preguntó por mi hijo Clark Guadalupe, me pidió que le diera un abrazo de su parte, y sin preguntarle yo, me contó que había votado esa mañana, y sonrió como si hubiera cometido una travesura, porque -me dijo de alguien muy querido por ella y por mi- X no ve la necesidad de votar, dice que él ya votó hace tres años. Nos dio mucho gusto a los dos estar por fin en la misma banqueta en el momento de las elecciones, y no hubo necesidad de ahondar. Los comentarios están de más en estos casos.
 
Llegó el momento de que su raite la regresara a su casa. Yo permanecí en mi domicilio y quedamos de vernos en un mes o dos, pero ya no se pudo, el sábado 21 de mayo me informaron que dejó de existir.
 
Cono no sé cómo hablarles a los muertos, escribo estas líneas a la memoria de mi hermana mayor. 
 
Estanislao Paramo Hernandez
Sacramento, CA. EEUU
Mayo de 2022

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